No es un descubrimiento para nadie que nos encontramos ante una gran crisis con muchos rostros: Una crisis de desigualdad que ha llevado a la incertidumbre de millones de personas por asegurarse día a día un techo y un plato de comida.
Una crisis ambiental provocada por la depredación de los bienes comunes naturales que en principio nos pertenecen a todes, pero que son constantemente despojados y destruidos en beneficio de un mito llamado progreso y de las ganancias de un puñado de empresas (y sus dueños), poniendo en peligro los procesos naturales que sostienen la vida en la tierra.
Una crisis sobre el derecho de los pueblos a vivir en paz, pues las élites nacionales y mundiales, en su afán por apoderarse de tierras, recursos y mano de obra barata, feminizada y racializada, imponen guerras militares, sociales y políticas sobre territorios como Palestina, Yemen, el Congo o Sudán. Sin irnos muy lejos, el Cauca, el pacífico colombiano, el Urabá, el Nordeste Antioqueño, entre otros territorios, están atravesando de nuevo un recrudecimiento en la violencia por disputas históricas por la explotación de recursos naturales y el control de rutas de comercio y tráfico.
Una crisis sobre los cuidados, pues la precarización laboral y la desfinanciación cada vez mayor de los Estados a los programas de bienestar social, acentúan las desvalorizadas cargas sociales impuestas por el patriarcado a las mujeres, oprimidas, entre otras, por el trabajo asalariado y doméstico. Todo esto mientras aumentan alarmantemente las violencias basadas en género y feminicidios, sin que se tomen medidas contundentes para su erradicación.
Nos encontramos también ante una grave crisis de bienestar y salud mental, que se manifiesta en el cuerpo con el sufrimiento constante relacionado al miedo, la incertidumbre y la ansiedad, manifestadas en razón de la inseguridad alimentaria, la inestabilidad en la vivienda y la precarización laboral, y manifestadas en los episodios de depresión que nos impiden levantarnos de nuestras camas, o los pensamientos ansiosos que nos impiden conciliar el sueño. Esta crisis se ve agravada por el individualismo y las demandas de productividad, competitividad y consumo, impuestas sobre nosotres por las instituciones.
Las crisis anteriormente descritas tienen un elemento en común: son detonadas por la ambición voraz de una minoría poderosa interesada únicamente en expandir su riqueza, que solo sabe hacerlo a costa de nuestro bienestar y el del mundo. De quienes se sienten dueños del planeta, de su historia y de su destino.
Los Estados se han mostrado incapaces de dar soluciones para las crisis que hemos descrito, a pesar de que, en el papel, su misión sea garantizar el bienestar de todes. La razón salta a la vista: son las mismas élites económicas que han ocasionado las crisis, quienes gestionan el aparataje estatal, haciéndolo funcionar a su favor. Ellas permiten avanzar en materia de derechos, soluciones y garantías, mientras ninguna vaya en contravía de sus intereses de acumulación de riqueza.
Como disidentes sexuales y de género que habitamos el Sur global, muches de nosotres en condiciones particulares de empobrecimiento, recibimos de forma diferencial el impacto de estas crisis, pues somos además blanco permanente de violencia y deshumanización, por considerarnos una amenaza para el orden establecido y sus criterios de supuesta “normalidad”. La ultra derecha profundiza mitos y prejuicios sobre nuestras existencias y nos utiliza como excusa para posicionar ideologías cada vez más crueles contra mujeres, disidencias sexo genéricas, personas racializadas, migrantes, trabajadoras y empobrecidas. Como resultado, los crímenes de odio se mantienen impunes, mientras el discurso político y mediático ignora, minimiza o justifica la violencia contra nosotres y otros.
A la hora de querer hacer frente a esta realidad, nos encontramos con una estrategia de desactivación, cooptación e instrumentalización de nuestros movimientos.
Esta estrategia se compone de tres elementos: 1) Un secuestro de nuestros mecanismos de lucha, pues nuestros símbolos de resistencia se han transformado en simple mercancía, y nuestras protestas han sido convertidas en festivales institucionales cooptados por las élites empresariales y estatales. 2) La inutilización de nuestras formas de organización, pues los intentos autónomos de juntanza y acción por fuera del Estado son sofocados y agredidos por las instituciones. 3) Nuestra historia y pasado rebelde y contestatario ha sido borrado y adecuado a una versión que nos convence de que nuestra existencia sólo es posible bajo el sistema que ha promovido nuestra exclusión y que hoy se encuentra en crisis.
La naturaleza colapsa, la guerra nos pisa los talones, el paramilitarismo se reconfigura, la extrema derecha fascista se posiciona, la violencia patriarcal se profundiza y el régimen cisheterosexual se fortalece. Es ahora o nunca. Este es el momento de tomar acción ante la crisis, pues este sistema está destinado a destruirse, pero si no hacemos algo al respecto, acabará con nosotres en el proceso.
Es momento de acción y resistencia. Instamos a quienes han sentido en carne propia el impacto de estas crisis a levantarse con determinación. Que su inconformidad, indignación y rebeldía se conviertan en un grito poderoso. Les animamos a buscar el calor de la unión y la fuerza de la organización para hacer resonar aún más alto sus voces y multiplicar el impacto de sus acciones. Asimismo, animamos a los procesos y organizaciones de disidencias sexo-genéricas a que nos volquemos de nuevo a las raices del problema y reivindiquemos nuestra autonomía política fuera de las instituciones.
Empecemos ya.
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