¡Una amenaza imperialista se lanza sobre Nuestramérica! ¿Debería preocuparnos a las marikas?
El regreso de Trump a la Casa blanca ha significado el abandono de la estrategia imperialista que EE.UU. había adelantado en América Latina durante los años anteriores, una alineada con métodos de intervención y coerción no-militares. Durante este año se ha venido afinando lo que parece ser una estrategia de intervención militar directa etiquetada como “Operación Lanza del Sur”, que ha amenazado directamente a los países de la región con gobiernos progresistas, pero particularmente se ha centrado en Venezuela y Colombia.
Este documento, ciertamente extenso, quiere presentar un panorama de los sucesos acontecidos sobre la amenaza imperialista en los meses recientes, brindar una lectura sobre cómo interpretarlos, y responder el ¿por qué esto debería ser un tema de preocupación para las marikas? Les invitamos a leer todo el texto, sin embargo: Si están interesades en un resumen de las amenazas y acciones militares sobre el Caribe y el Pacífico les invitamos a leer el primer apartado; si están interesades en una propuesta de análisis les invitamos a leer el segundo apartado; si están interesades en nuestra declaración política al respecto, les invitamos a leer el tercer apartado.
1. Cronología de una estrategia política y militar:
Después de meses de intercambios tensionantes entre Washington con Bogotá y Caracas, que incluyeron amenazas de subidas arancelarias, denuncias por el acercamiento de Colombia a China como socio comercial y principal socio en obras de infraestructura como el metro de Bogotá, y la revocatoria de permisos de explotación petrolera en Venezuela (Ferreira, 2025), la marina de EE.UU. inició un despliegue en el Caribe: el mayor despliegue en la región desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962. Este movimiento militar vino acompañado de la renovación de instalaciones navales en Puerto Rico, lo que sugiere una estrategia de ocupación a largo plazo (Ben-Ur & Bermudez, 2025).
En el plano diplomático, Donald Trump emitió una directiva presidencial autorizando el uso de fuerza letal contra los carteles de droga latinoamericanos, designándolos como organizaciones “narcoterroristas”. Este lenguaje, heredado del Plan Colombia, ha sido utilizado por la derecha colombiana para usar los fondos de la “guerra contra las drogas” en la persecución de la izquierda civil y armada, y para enmarcar acciones contrainsurgentes bajo la doctrina de la “guerra contra el terrorismo” posterior al 11 de septiembre.
Esta designación en el discurso ha sido crucial para crear una encrucijada en el Derecho Internacional, y justificar acciones militares directas. Este monstruo construido en la figura del “narcoterrorismo” se ha fundido discursivamente con los gobiernos (y más precisamente los presidentes) de Colombia y Venezuela, a quienes se les ha acusado de ser cómplices del narcotráfico, del terrorismo, y de ser amenazas para el hemisferio (Martín, 2025; Against the Stream, 2025). A Maduro y otros miembros del gobierno Bolivariano se les ha acusado de ser parte del “Cartel de los Soles”, una presunta organización narcotraficante de la cual no existe evidencia solida de su funcionamiento actual como un cartel del narcotráfico, y menos de una estructura jerárquica en la que figure Nicolas Maduro (Redacción BBC News Mundo, 2025; Pons, 2025).
En esencia, la administración Trump ha construido una amalgama discursiva donde la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo se utilizan como excusa para la intervención militar. Lejos de buscar soluciones reales al problema del abuso de drogas (que podrían concretarse en acciones como el mejoramiento de la atención en salud pública a consumidores en EE.UU.; la vigilancia de la llegada de contenedores de empresas multinacionales en los puertos norteamericanos, por donde ingresa la droga al país; o la persecución a los principales beneficiaron del negocio de la droga, muchos empresarios y capitalistas que viven y tienen su operaciones en EE.UU., Europa u otros paraísos fiscales), este discurso justifica una "guerra santa", similar a cómo se legitimaron las invasiones de Irak y Afganistán.
El 2 de septiembre, las fuerzas militares estadounidenses efectuaron su primer ataque directo bombardeando una embarcación en el mar Caribe, alegando sin pruebas que pertenecía al Tren de Aragua y transportaba narcóticos. Desde entonces, EE. UU. ha bombardeado impunemente embarcaciones en el Caribe y el Pacífico, cerca de Colombia, Venezuela, México, Ecuador y República Dominicana. Los presidentes Petro y Maduro han denunciado la ausencia de pruebas sobre las actividades delictivas de las personas asesinadas y han calificado estos hechos como violaciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH), dado que se usó fuerza letal sin presunción de inocencia ni juicio justo (Harrison, 2025; Centre of Preventive Action, 2025).
Las protestas de Petro frente a estas agresiones y la defensa de la soberanía colombiana han tenido consecuencias severas: la descertificación de Colombia como socio en la lucha antidrogas, el cese de ayudas monetarias, la revocación de visas al presidente y su círculo cercano, y su inclusión en la lista Clinton (Martín, 2025; Against the Stream, 2025; Harrison, 2025).
La tensión escaló el 9 de noviembre, cuando la revista Cambio reveló un documento captado accidentalmente en una fotografía de asesores de Trump y senadores republicanos. En este documento se revelaba un plan para encarcelar a los presidentes de Colombia y Venezuela (Muñoz, 2025). La estrategia sugiere vincular a Petro con organizaciones terroristas (replicando el modelo usado contra Maduro), apoyar a la derecha pro-estadounidense e imponer sanciones selectivas.
El 30 de septiembre, Trump declaró a la prensa que consideraba operaciones terrestres contra carteles en Venezuela, lo que implicaría una invasión y violación de la soberanía (Centre of Preventive Action, 2025). Después de esta declaración la administración Trump ha empezado a impulsar la teoría legal de que su gobierno se encuentra en “conflicto armado” con los carteles de la droga, lo que permitiría evadir protocolos internacionales para aplicar procedimientos de guerra.
A finales de octubre, la situación se intensificó con el despliegue de bombarderos B-52 y el portaaviones USS Gerald R. Ford cerca de Venezuela, coincidiendo con la presunta llegada de sistemas de defensa antiaérea rusos (Pantsir-S1, Buk-M2E) a territorio venezolano.
Una etapa reciente de las amenazas de intervención fue inaugurada el 13 de diciembre, cuando se anunció formalmente la “Operación Lanza del Sur”, definida como una operación militar para eliminar a “los narcoterroristas” del hemisferio (Ben-Ur & Bermudez, 2025).
Según filtraciones, el 21 de noviembre Trump dio un ultimátum telefónico a Maduro: entregar el poder antes del Día de Acción de Gracias (28 de noviembre) a cambio de un salvoconducto y un gobierno interino, o ser "removido forzosamente". Maduro rechazó las condiciones. En respuesta, el 28 de noviembre Trump declaró el cierre total del espacio aéreo venezolano y advirtió sobre ataques terrestres inminentes (Atkins, 2025; Muñóz, 2025; Stewart & Ali, 2025).
Posterior a estas declaraciones, Trump advirtió que Colombia (cuya frontera sería vital para una intervención terrestre en Venezuela) también podría ser objetivo de despliegue terrestre debido a la presencia de laboratorios de cocaína, señalando que las acciones militares no se limitarían a Venezuela (Luscombe, 2025; Pannell, 2025).
El 5 de diciembre, la Casa Blanca presentó el documento bautizado “Corolario Trump”, que delinea una política exterior agresiva para restaurar la hegemonía estadounidense mediante fuerza militar letal y la presión económica y arancelaria. El documento también plantea consolidar el control imperial en Oriente Próximo, África y el Pacífico para contrarrestar el avance de China (Europa Press, 2025). Este documento hace explícitos los objetivos de las políticas bélicas que se han desplegado sobre medio oriente (el apoyo a Israel y los ataques a Irán), o en África (con amenazas de intervención a Nigeria), dirigidas contra economías emergentes que representan un desafío a la construcción de la superioridad estadounidense. Todo apuntaría a que la guerra comercial y la intervención militar son las tácticas a desplegar por parte de la administración Trump.
Los últimos acontecimientos de la escala de tensiones hasta la fecha han sido:
El 10 de diciembre, el robo por parte de EE.UU. de barriles de crudo venezolano, extraídos de un barco petrolero mientras este se encontraba en el mar, en un acto que el gobierno venezolano califico como de “piratería internacional”; según tres funcionarios anónimos de EE.UU. en declaraciones para el New York Times, esta acción podría repetirse con el objetivo de despojar a Venezuela de sus ingresos petroleros (Pager, Schmitt, & Nehamas, 2025).
El 16 de diciembre, la declaración de Trump, por su red social Truth, donde señala que Venezuela está “completamente rodeada por la Armada más grande jamás reunida en la historia de Sudamérica”, y que ha ordenado el bloqueo total de todos los petroleros que entran y salen de Venezuela (exceptuando a Chevron, empresa que lleva el petroleo a EE.UU.) hasta que este país devuelva lo que señala como “tierras, petróleo y activos robados a EE.UU.”. Robo que, quizás no sobre decirlo, no ha ocurrido, y es un intento de justificar los intereses de EE.UU. en las reservas y la infraestructura petrolera, además del territorio venezolano.
Hasta el 15 de diciembre, EE.UU. había ejecutado 25 ataques sobre el Caribe y el Pacífico, dejando un saldo de 95 personas asesinadas. Varios de ellos han sido perpetrados muy cerca a costas de varios países de la región: 3 cerca de la costa de Acapulco (México), 4 cerca a las costas de Buenaventura (Colombia), 4 cerca a las costas de La Guaira, 2 cerca a las costas de Gran Roque, 1 cerca a las costas de Sucre (las 3 en Venezuela), y uno cerca a las costas del Parque Nacional Jaragua (Rep. Dominicana) (Verde, 2025; Walsh, 2025).
2. ¿Cómo interpretar estas amenazas?:
Detrás del avance imperial de EE.UU. en la región, lejos de haber un interés real por combatir las redes de narcotráfico, se oculta el objetivo de reforzar el control imperial (y asegurar el despojo de bienes comunes) sobre América y el Caribe. Los capitalistas y sus representantes, desde Washington, buscan recuperar el terreno perdido ante el avance comercial de China y los BRICS, y frenar el interés de los países de la región en unirse a la iniciativa china de "La Franja y La Ruta" (catalogada como de "particular preocupación" por los diplomáticos estadounidenses), así como eliminar los proyectos políticos que obstaculizan sus intereses de despojo y acumulación en la zona, siendo Venezuela un caso evidente.
No es casualidad que las potencias mundiales se estén rearmando y que el gasto militar haya alcanzado niveles récord. Este incremento en la capacidad de fuego responde a una profunda inestabilidad geopolítica, social y económica. Aunque explicar a fondo las crisis cíclicas del capitalismo excedería este documento, basta señalar su contradicción fundamental: el capitalismo busca crecer infinitamente en un mundo finito, ignorando los límites de nuestro trabajo y los bienes comunes de la tierra.
Esta necesidad de expansión constante requiere alimentarse todo el tiempo de mano de obra barata (principalmente racializada negativamente y feminizada), nuevos mercados y bienes comunes —llamados "recursos naturales" o "materias primas"—, los cuales son explotados brutalmente sin importar el costo humano o ambiental.
Cuando los capitalistas agotan las fuentes para alimentarse de estos elementos, recurren a la guerra para obtenerlos a través del despojo y la destrucción: ya sea arrebatándolos a otros pueblos, naciones, gobiernos, e incluso a capitalistas de otros Estados rivales (tal como los capitalistas de Francia y Reino Unido se enfrentaron a los de Alemania en las guerras mundiales, hoy los de EE. UU. no dudarían en enfrentarse a los de Rusia).
Cabe recordar lo señalado por Lenin en “El Estado y La Revolución”: el Estado no es más que una herramienta de dominación de la clase dominante (Lenin, El Estado y La Revolución, 1997 [1917]). En las economías capitalistas, son los empresarios quienes utilizan las instituciones estatales para sus propios fines.
Así, las guerras son herramientas que, a costa de la muerte de las clases populares, persiguen los intereses de los más ricos alrededor de todo el mundo. Lenin profundiza esta idea en “Imperialismo: la Fase Superior del Capitalismo”, al señalar que el imperialismo consiste en la conformación de monopolios financieros que se reparten el mundo entre ellos (Lenin, Imperialismo: la Fase Superior del Capitalismo, 2012 [1916]).
Para las potencias es una prioridad asegurar las cadenas de suministros necesarias para sostener una guerra: mano de obra, metales, energía, fármacos y tecnología de punta. Eventos recientes, como la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania, expusieron la fragilidad de las cadenas de suministro que se habían consolidado alrededor del mundo desde la caída de la URSS, y las potencias comprendieron lo fácil que podrían ponerse en jaque sus suministros energéticos o los flujos de mercancía que garantizan la tasa de ganancia de los capitalistas.
Por ello la administración Trump busca asegurar el despojo de bienes comunes, la explotación de hidrocarburos, la disponibilidad de mano de obra explotable y la existencia de mercados en las regiones más cercanas a sus fronteras, que puedan estar más fácilmente bajo su control.
Es aquí cuando América Latina y El Caribe adquieren importancia por todo lo que pueden despojar de ella para asegurar sus intereses: Mano de obra, minerales raros (vitales para empresas tecnológicas como las de los magnates Elon Musk o Jeff Bezos), carbón, y por supuesto, las reservas de petróleo más grandes del mundo, ubicadas en Venezuela.
Existen objetivos puntuales de gran valor para EE. UU.: el control de las reservas petroleras venezolanas y la posibilidad de sacar, a bajo costo, los hidrocarburos explotados en suelo colombiano (regiones de Arauca y los Santanderes) a través del Lago de Maracaibo. De igual forma, se buscaría controlar los depósitos de minerales críticos para la industria tecnológica que posee Colombia, los cuales son actualmente un campo de disputa ante la presencia de empresas chinas en el sector minero (Solar, 2025).
En este sentido son particularmente preocupantes las declaraciones de Trump realizadas el 16 de diciembre, pues al considerar que los recursos petroleros que Venezuela nacionalizó en 1976 les han sido “robados”, se abre una peligrosa puerta que justificaría la intervención militar sobre cualquier pueblo o gobierno que no cumpla con los planes que desde Washington (o Miami) se tenga sobre los bienes comunes.
El despliegue militar también cumple una función económica interna: la valorización del capital del complejo militar-industrial. Esto significa que la movilización de tropas y equipos genera ingresos masivos para empresas tecnológicas privadas, financiadas con dinero público bajo la justificación de "defensa".
Se sabe, por ejemplo, que EE.UU. ha otorgado contratos a Saildrone (respaldados por inversiones de Lockheed Martin) para patrullar el Caribe con sistemas no tripulados (Saildrone, 2025; Saildrone, 2025). Adicionalmente, la participación de capitalistas como Erik Prince (fundador de Blackwater/Academi) en campañas de recaudación de fondos como “Ya Casi Venezuela” deja ver los intereses de inversionistas en un futuro escenario de golpe de Estado (o como lo llaman los medios hegemónicos, “cambio de régimen”) en Venezuela.
Para encubrir estos intereses económicos, se ha construido una retórica que justifica la intervención. En esta narrativa, se fusiona al enemigo del "narcoterrorismo" (una actualización de la "guerra contra las drogas") con el anticomunismo (Ferrari & LSR, 2025). Esta estrategia revive las herramientas ideológicas del Plan Colombia, pero con una diferencia clave: el actual gobierno colombiano ya no actúa como un aliado incondicional de los intereses imperialistas. Por ello, la estrategia consiste en vincular a los gobiernos de Colombia y Venezuela con el "narcoterrorismo", buscando deslegitimarlos y fabricar la justificación necesaria para una acción militar directa.
3. ¿Por qué como marikas tenemos algo que decir al respecto?
Desde FATTAL consideramos vital que, como disidencias sexuales y de género pertenecientes a las clases populares (trabajadorxs, desempleadxs, trabajadorxs informales, trabajadorxs sexuales, desposeidxs) nos apropiemos de las preocupaciones y los intereses de nuestra clase. Nuestras luchas deben ocuparse de la discriminación y la legislación de género, pero no limitarse a ellas; debemos extenderlas y articularlas con las luchas por un mundo digno y emancipado. Las personas empobrecidas asesinadas por los bombardeos en el Caribe son también nuestrxs muertxs; y las víctimas que dejaría una eventual invasión no serían otrxs que nuestrxs propixs compañerxs y hermanxs.
Sin embargo, y en esto debemos ser claros, defender la soberanía no implica un apoyo acrítico a los gobiernos de turno ni caer en narrativas nacionalistas. Creemos que, en tanto el Estado es un instrumento de dominación de la clase dominante (Lenin, El Estado y La Revolución, 1997 [1917]), un paso para nuestra liberación es su destrucción.
No obstante, somos conscientes de que, mientras construimos formas de poder popular que nos permitan vivir sin el Estado capitalista, son necesarios de forma provisional los avances legislativos y las reformas. Estas medidas mejoran nuestra calidad de vida inmediata y nos otorgan el tiempo libre y las condiciones materiales necesarias para organizarnos más fácilmente en la construcción de un mundo nuevo.
Pero para que en Colombia, Venezuela, los Andes, el Caribe, y todos los rincones del sur podamos hacer el trabajo necesario para construir poder popular y una vida en dignidad para las disidencias sexuales y de género, necesitamos a toda costa evitar que las bombas de cualquier Estado (incluido el colombiano) caigan sobre nuestras cabezas. La dolorosa situación de nuestrxs hermanxs en Palestina es un recordatorio amargo de esa necesidad.
Es importante tener presente, además, la derecha fascista que representa Trump, y que con tanto animo han abrazado las extremas derechas de nuestro continente, representa una opción político letal para las disidencias sexuales y de género. Personajes como Trump, Milei o Bukele han emprendido auténticas campañas de persecución contra trans y marikas, que van desde la negación de las identidades de género de las personas trans en los registros oficiales, hasta la desfinanciación de programas sociales o de salud, pasando por la persecución de las infancias trans y los profesores que hablen de género en sus aulas. En EE.UU. el género (junto a la raza, la inmigración, y por supuesto, el comunismo) se ha convertido en una amenaza para explicar todos los males de la nación.
Las derechas han creado, principalmente en las personas trans, un enemigo que sirve para canalizar la frustración y los miedos que han generados las propias fallas del sistema capitalista. Así, frente a la pésima cobertura en salud ocasionada por las políticas neoliberales la derecha señala a las personas trans y a sus deseos de obtener “privilegios” para realizar sus procesos de reafirmación de género, o de prevención y atención del vih. Así, la caída de la capacidad adquisitiva y de la calidad de vida de las familias tradicionales de la clase trabajadora ha sido interpretada como producto de políticas que dan “excesivas ayudas sociales” a “minorías”, mientras “desprotegen a la familia”. Los capitalistas han creado un discurso en el que lxs de abajo debemos competir entre nosotrxs para reafirmas privilegios, en lugar de organizarnos para crear un mundo nuevo donde la dignidad sea un derecho común, y en encontrado en el género y la sexualidad un chivo expiatorio para este fin.
Por esto, no es arriesgado suponer que la intervención directa de EE.UU. y un eventual escenario de confrontación y ocupación podría tener consecuencias nefastas para las disidencias sexuales y de género. El proyecto de la derecha de EE.UU. se ha valido de la creación de diversas amenazas que justifiquen las más represivas políticas. Las disidencias sexuales y lxs habitantes del sur global estamos en esa clara lista de amenazas al orden que los capitalistas de EE.UU. quieren para el mundo.
En esta medida, desde FATTAL:
Condenamos las agresiones imperialistas contra los pueblos del sur por parte de las potencias capitalistas, particularmente EE.UU.
Nos solidarizamos con los pueblos de Puerto Rico y Trinidad y Tobago, especialmente con sus organizaciones sociales y populares antirracistas, anticapitalistas y antiimperialistas. Condenamos el uso del territorio de estos países como bases militares de avanzada en las acciones contra Nuestra América. Lamentamos que el actual gobierno de Trinidad y Tobago sirva como aliado de la incursión de EE.UU., y nos unimos a las voces que se alzan por un Puerto Rico libre e independiente.
Nuestro apoyo no está con el gobierno progresista de Gustavo Petro, sino con las fuerzas populares vivas de Colombia, las clases populares que sufrirían de forma brutal una invasión en la región. Son estas clases populares y fuerzas políticas las llamadas a construir poder popular y revolucionar el país y la región.
Estamos convencidxs de que una invasión a Venezuela significaría un desastre humanitario en toda la región. Esta invasión significaría, además, la destrucción física de proyectos populares que desde los barrios y las comunas ha construido vida digna y poder popular para las clases populares en Venezuela. Con esos proyectos construidos desde abajo y por los de abajo está toda nuestra solidaridad.
Lamentamos profundamente los asesinatos extrajudiciales de personas empobrecidas en los bombardeos en el Caribe y el Pacífico. Aunque la tesis del gobierno Trump fuera cierta, y estas embarcaciones transportaran narcóticos, repudiamos que la respuesta sea un ataque desproporcionado contra las personas que componen los eslabones más bajos del negocio del narcotráfico, personas empobrecidas que ven en este negocio una de las pocas formas de poder llevar un plato de comida a su mesa, mientras los verdaderos beneficiados del narcotráfico duermen tranquilos en apartamentos y mansiones de Bogotá, Medellín o Miami, y se codean con el empresariado.
Leemos el discurso del “narcoterrorismo” como el nuevo chivo expiatorio que en política internacional busca justificar una intervención en Nuestra América. El narcotráfico sigue llenando los bolsillos de empresarios, financiando a grupos paramilitares, y representando una de las cadenas de producción más rentables del sistema capitalista, y por esto un amplio sector de la clase capitalista no está interesado en atacarlo real y efectivamente.
Vemos con preocupación la unión de las retoricas de las derechas en EE.UU. y Américas Latina, que desean unir a la izquierda con este fantasma del “narcoterrorismo”, pues como pasó durante el Plan Colombia, serán la excusa para reprimir a todxs quienes militamos en la izquierda y desde ahí luchamos por un mundo nuevo.
Entendemos que no existe tal cosa como un capitalismo que no necesite del imperialismo. Acabar para siempre con la amenaza del imperialismo requiere acabar para siempre con el modo de producción capitalista.
Bibliografía
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